MÁS CERCA DE MARRUECOS que de las costas peninsulares, perdida en medio del Mediterráneo, Alborán es uno de los territorios más pequeños de España. En ella ya no vive ni el farero. Sólo un destacamento formado por 12 militares relevado cada dos semanas. Alrededor, el mar imprevisible, cambiante y con caladeros semiesquilmados.
A MEDIO CAMINO ENTRE EUROPA Y ÁFRICA, en un lugar perdido en mitad de la nada, una minúscula mancha terrosa rompe la monotonía azul del mar Mediterráneo. El helicóptero, un Augusta Bell 212 con cuerpo de libélula, desciende algunos metros y permite contemplar de cerca la silueta del fantasma.
Se llama Alborán y es una isla. Un trozo de tierra española arrancado del continente. 90.000 metros cuadrados de roca volcánica y guano. Un erial de contorno piriforme de 642 metros de longitud, 265 de anchura máxima y 16 metros de altura máxima. Un pequeño cementerio con tres tumbas, un faro en ruinas, un helipuerto y unos barracones rompen la monotonía de este solar.
La isla de Alborán se encuentra situada en la región suroccidental mediterránea. Las cartas de navegación la sitúan en las coordinadas geográficas 135º 56,4'N / L 003º 002'W. Más cerca de Marruecos (Cabo Tres Forcas, a 29 millas) que de Almería (65 millas). En la parte emergente de esa espina dorsal que parte en dos el viejo mar, dejando al norte el sistema bético y al sur el Rif.
Sus aguas, mediterráneas pero con una marcada influencia de las corrientes que proceden del Atlántico, sostienen una elevada biodiversidad y una gran riqueza pesquera. Sus fondos, cubiertos de magníficas praderas de algas laminarias y yacimientos de coral, tienen un importante valor ecológico.
En Alborán la tierra es mala. No hay árboles ni agua potable ni crecen las plantas que han intentado sembrar. El enrojecido suelo está cubierto de una vegetación parda y triste: yerma para los ojos del profano, fabulosa para la mirada del botánico. Y también para los del pescador, cuando logra localizar los bancos de gamba roja que pululan por la zona.
ESTRATEGIA
Cuentan los marineros leyendas fabulosas de piratas y bucaneros. Al parecer, el corsario tunecino Mustafá ben Yusuf el Magmuz ed Din, Al Borani, instaló su base de operaciones en la isla durante el imperio turco-otomano. Desde su privilegiada posición estratégica saqueó las naves cristianas, y protegió las suyas de las inclemencias del tiempo. Al Borani significa en turco tempestad o tormenta. También es el nombre de un plato tradicional de la cocina árabe, una lasaña de verduras llamada Al borania. El 9 de mayo de 1884, por disposición de el rey Alfonso XII, la isla se asigna a la provincia de Almería. Años más tarde, al finalizar la Guerra Civil, un ligero destacamento de Infantería de Marina ocupó Alborán. La desalojaron en 1963, y la volvieron a ocupar 4 años más tarde. En septiembre de 1997 se reactiva la presencia de un destacamento que pretende "ejercer la soberanía española en la isla", teniendo como misión específica "mantener un servicio de vigilancia del tráfico marítimo y aéreo en los accesos orientales del Estrecho de Gibraltar y mantener las instalaciones y vigilar que no se cometan delitos ecológicos", añade el capitán Gutiérrez del Castillo.
El capitán es uno de los 12 robinsones que habitan esta isla. A sus ordenes están un cabo de Infantería de Marina, un subteniente y un cabo primero de la zona marítima del Estrecho, y cuatro soldados del Tercio Sur de Infantería de Marina y otros cuatro marineros destinados en la zona marítima del Estrecho. El destacamento del Ejército español en esta tierra de nadie.
En Alborán amanece dos veces. La primera, cuando sale el sol, se despiertan las gaviotas, y los acantilados se convierten en un manicomio. El ronco bramido de las olas y el debatir de las alas y las risas sordas de las grandes planeadoreas del océano inundan de sonidos la isla. Las aves cubren el cielo con sus alas y bombardean el suelo con sus encaladas defecaciones matutinas.
La segunda, cuando el reloj marca las ocho en punto, y la bandera española es izada en la pequeña explanada que separa el faro de las rocas. Soldados y mandos llevan media hora levantados. Les queda otra media para desayunar. Alborán, territorio español, comienza a ser vivida por seres humanos.
La bandera apenas dura una semana. El viento la desgarra. Los soldados aguantan el doble. Dos semanas. Catorce días en los que tienen tiempo para limpiar, trabajar, hacer deporte, nadar y, sobre todo, para pensar. "No conviene que permanezcan más tiempo en este reemplazo", afirma uno de los mandos mirando los cortados de afilada roca, "porque es el lugar perfecto para que a alguno que tenga un problema se le ocurra una tontería". El viento cambia constantemente en esta esquina del mundo. Hoy luce el sol. Mañana amanece con un levante de 30 nudos. Tienen una televisión, un equipo de música y una breve biblioteca. "Bebemos mucha agua mineral, es nuestro único lujo", dicen los soldados, para que todo el mundo sepa que no hay bar en la isla.
El módulo prefabricado donde viven es un lugar acogedor, con una habitación para nueve soldados, tres cuartos individuales para los mandos, una enfermería con dos camas, un comedor, una sala de televisión, una despensa, un almacén-armero... Y una gran cocina. "Ésta es la zona más importante de la isla", bromea el capitán nada más entrar en ella. "Y éstos son los hombres más importantes de la isla, dos monstruos", continúa la broma, señalando a los dos cocineros.
"Le tenemos cogida la medida a este lugar", dicen, modestamente, mientras trocean a hachazos los brazos de un gran pulpo,"y podemos decir que es el sitio donde mejor se come de todo el Ejército". Puede que tengan razón, puesto que en algunos libros de rutas marinas se puede leer: "En el cuartel de Alborán se puede comer el mejor pescado de España". Hoy toca paella.
Los mandos se esfuerzan para que la jornada de los soldados resulte variada y entretenida. "El aburrimiento es nuestro peor enemigo", confiesan. Durante una mañana normal limpian y acondicionan el módulo en el que viven, realizan tareas de mantenimiento en la isla, hacen gimnasia ("adiestramiento físico militar", dicen), comen y duermen la siesta.
Por la tarde hacen ejercicios de marinería y de Infantería de Marina, como puede ser el manejo de embarcaciones neumáticas, la instrucción básica de combate o técnicas de defensa de las instalaciones. "Si tuviéramos dos lanchas de casco rígido y motor fuera borda, además de la zodiac, podríamos echar una mano a los pescadores que pasan algún apuro o tienen un accidente", comenta un cabo primero durante uno de los habituales ejercicios de navegación con la pequeña barca hinchable. Cuando se presentan problemas de verdad, de los que no pueden ser atendidos por el medico o el ATS que forma siempre parte del destacamento, se procede a la evacuación en helicóptero.
A las 7:30 horas acaba la jornada laboral. Tiempo libre hasta la cena, a las 21:00. Televisión y lectura. A las 12:00 sólo el faro permanece encendido en la isla.
MIGRACIONES
El faro, un monumento de piedra abandonado a su suerte, se cae a pedazos. Depende de la Autoridad Portuaria de Málaga (Ministerio de Fomento), y es un monumento a la desidia. "Vienen de vez en cuando a revisar las baterías", dice un soldado mientras observa un zorzal que se ha refugiado entre los desvencijados muros.
Alborán ha servido de escala durante años a muchas aves migradoras que, agotadas, reponen fuerzas en la isla para completar su maratoniano viaje entre Europa y África, o viceversa. También ha sido tradicionalmente hogar de focas monje, gaviotas de Audouin y hombres. Las primeras han desaparecido. Gaviotas y soldados han quedado como amos del lugar.
La foca monje del Mediterráneo (Monachus monachus) es una foca diferente. Y uno de los animales en mayor peligro de extinción del planeta. En lugar de mudar los pelos individualmente, cambia el pelaje desprendiendo trozos de la epidermis vieja. Y sus crías son las únicas, junto con las de los elefantes marinos, que nacen con el pelo de color negro. Se desconocen muchísimos datos sobre la ecología, biología y etología de la foca monje. Sabemos, eso sí, que desde hace años ya no busca refugio en las costas rocosas y acantiladas de Alborán, en cuevas, como la del Lobo Marino y la del Pajel, que parecen haber sido creadas por la naturaleza especialmente para ellas. Los científicos estiman que sólo sobreviven unos 500-600 ejemplares en todo el mundo.
"No, yo jamás he visto ninguna foca, y no conozco a nadie que las haya visto últimamente", asegura uno de los cocineros. "Gaviotas de esas raras por las que pregunta la gente sí que no faltan. De ésas, todas las que quiera...".
Cuando están posadas las gaviotas de Audouin (Larus audouinii) tienen un aspecto rechoncho pero elegante. Cuerpo blanco, patas grises, punta de las alas negras, pico rojo... Cuando se levantan del suelo son un monumento al arte de romper el viento: vuelan haciendo gala de uno de los mejores diseños aerodinámico jamás realizados por la naturaleza.
"Antiguamente criaba en Alborán (Lord Lidford,1895)", se puede leer en la Guía de Aves Marinas de España y Portugal, "pero no crió durante muchos años, hasta registrarse un mínimo de 4 nidos en 1988...". La Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía está realizando un seguimiento sobre esta población de gaviota de Audouin, así como de dos especies de flora muy amenazadas, una de la familia de las crucíferas (Diplotaxis sietiana maire) y otra de las compuestas (Anacyclus alboranensis).
Los lugares favoritos de las gaviotas son el Islote de la Nube y, ya en la isla, al otro lado del canal de las Morenas, la Punta del Islote. Lejos del faro y de la gente. En este lugar maltratado por el viento alguien levantó el cementerio.
Cuentan que de las tres tumbas que pueblan el minúsculo camposanto, una, la que no tiene lápida, pertenece a un piloto alemán cuyo cadaver llegó flotando durante la II Guerra Mundial. En las otras dos se pueden leer los nombres de Isabel Espinosa Heras y de Antonia Fernández de Somavilla. Son, respectivamente, la suegra de un farero y la mujer de otro, fallecidas en 1910 y 1920. "Cuando se admitía aún la presencia de mujeres en Alborán", escribe un viajero francés de comienzos de siglo.
TRES RESERVAS
En 1997 el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación publicó una orden, como medida para garantizar la conservación de los recursos, por la que se establecen tres reservas en torno a Alborán: una marina, una de pesca y otra integral. Dentro de la primera se autoriza la pesca profesional en las modalidades de arrastre, cerco dirigido a la captura de pequeños pelágicos, palangre de fondo y de superficie y cualquier aparejo de anzuelo. Dentro de la segunda, y fuera de las zonas de reserva integral, se prohíbe todo tipo de actividad extractiva, excepto la pesca profesional con palangre de fondo y el cerco de pequeños pelágicos. En la tercera está prohibida, con carácter general, cualquier práctica extractiva, así como las actividades subacuáticas. Tratan de impedir que se repita la debacle producida antaño por los pescadores italianos, que con barras y redes arrasaron las praderas y destrozaron las reservas de coral rojo y verde.
"Los pescadores normalmente respetan las zonas, pero si vemos que alguno se mete a menos de media milla de la zona protegida cogemos la zodiac, nos acercamos y avisamos al patrón", cuenta el cabo primero Fernández González. "Ellos suelen decir que sólo están fondeados, y que para pescar se van a otros sitios. En general cumplen, pero furtivos los hay en todos los sitios. Marroquíes no se ve ni uno... no tienen necesidad. ¡Tienen unos caladeros tan ricos!". Los únicos marroquíes que se han visto últimamente por la isla son los que llegaron a estas broncas costas el pasado día 4 de octubre. "Eran ya las 20:30, noche cerrada", recuerda el capitán, "cuando arribaron a la isla 24 magrebíes (21 hombres y 3 mujeres) en una patera que amarró al muelle de Levante".

"Tras descargar al personal, desapareció tan rápida y silenciosamente como había llegado", continúa. "Esas 24 personas estaban en muy mal estado, mojadas, temblorosas y asustadas. Les proporcionamos alojamiento, mantas y les dimos una cena caliente. A la mañana siguiente les vino a recoger un patrullero y les trasladó a Melilla". Dicen que Alborán, peñasco raso sembrado de tierra, resiste a los elementos sólo para recordarnos que África sigue estando al otro lado.