Enero-2002
Aventura-1: LOS PROLEGÓMENOS
Aunque se podía ir a la isla como voluntario, era frecuente cubrir plazas con soldados para cumplir un castigo. Este fue mi caso y el del también renunciado Esteban Fraile Molina.
El día 2 de Abril de 1962, con 17 añitos, ingresé como voluntario en el Tercio Sur de Infantería de Marina de San Fernando,
junto con otros 65 chavales. A los tres meses de mi ingreso,superado el periodo de instrucción, llegó el momento de firmar por un periodo inicial de cuatro años para convertirme en soldado profesional y tomé la decisión de no firmar, junto con otros diez valientes compañeros. No obstante, acepté continuar hasta cumplir el servicio militar, que entonces era de dos años.
Inmediatamente los once fuimos separados del resto de los compañeros y nos distribuyeron por las distintas compañías del Tercio. Fui destinado a la llamada ‘Compañía de Servicios’, de donde se surtía el Tercio de mano de obra (yo hice 165 guardias, decenas de retenes, cocinas, limpiezas,...) y donde pernoctaban todos los mariquitas declarados, que de día estaban de machacantes en las casas de los jefes haciendo todo tipo de trabajos domésticos.
Por todo lo dicho, a los once se nos conocía como los
"renunciados", lo que fue motivo de discriminaciones y desprecios por buena parte de los jefes.
Con seguridad, esta condición de renunciado fue determinante para ser castigado a ir destacado a la Isla de Alborán, por unos hechos que no cometí. Hoy, con la distancia que dan los años, realmente agradezco la injusticia: Puedo decir que soy uno de los pocos que han podido pisar la Isla de Alborán y vivir los esperpénticos episodios que relato más adelante. Por tanto, ¡gracias mi capitán!.
------------------------------------ Todo empezó una mañana en la que aparecieron arrancados a golpes de bota algunos de los grifos de los lavabos de mi compañía. El capitán acusó de ello a los dos ‘traidores renunciados’ y a dos soldados de reemplazo, que aquella noche habíamos regresado tarde de la calle.
Después de días de insultos, coacciones y amenazas, acabó utilizando aquello para lo que había sido instruido: La fuerza bruta. Se lió a tortazos con los cuatro (desde entonces tengo el oído derecho delicado) tras lo cual zanjó la cuestión acusándonos a Fraile, un madrileño chuleta renunciado, y a mí como los únicos responsables. Nos metió
dos semanas en el calabozo y cuando salimos nos tenía reservada la sorpresa de Alborán.
El destacamento lo formábamos ocho soldados (tres castigados), un cabo telegrafista y un sargento, todos Infantes de Marina.
Salimos en tren hacia Málaga y allí embarcamos en el
Dragaminas Segura, un veterano en servicio desde 1949, que sería el encargado de llevarnos a la Isla de Alborán.
Aquella primera noche me ocurrió algo que, aún hoy, me pone la carne de gallina: Por la noche nos dieron un coy (una especie de hamaca) para dormir y lo colgué en la hilera superior de ganchos del sollado, justo debajo de una tubería enfoscada bastante gruesa que conducía agua caliente ¡qué calentito voy a estar!, me dije. A mitad de la noche un hormigueo en la cara me despertó .... el tubo estaba cuajado de chinches y cucarachas de todos los colores y tamaños y algunas habían caído sobre mí: Lástima de juez Guiness que hubiera estado allí para certificar la nueva plusmarca de velocidad de salto desde coy. Desde ese momento, dormía sentado, enfrente de la cocina, al final del pasillo de salida a cubierta, vestido y enrollado en una manta.
Estuvimos amarrados a puerto cuatro o cinco días a causa del tiempo. El relevo del destacamento solo era posible si no había demasiadas olas, ya que la isla carecía de toda infraestructura, ni siquiera un pequeño espigón que posibilitara que un bote pudiera realizar un desembarco digamos normal, al abrigo de las olas. Una noche se recibió un parte meteorológico que indicaba que a la mañana siguiente el tiempo sería favorable. Empecé mal la aventura: aquella noche nos había invitado a cenar a Fraile y a mi una prima mía que vivía en Málaga y llegamos algo alegres y en el último momento, tanto es así que el barco ya estaba maniobrando para desatracar y tuvimos que embarcar saltando desde tierra a la punta de la popa ¡palabra!. Nos presentamos al comandante y nos ordenó ponernos el traje de faena más usado que tuviéramos y que nos presentáramos al jefe de máquinas. Estuvimos toda la travesía metidos en un agujero de unos nueve metros cuadrados allí abajo, casi en la quilla, echando carbón sin parar con una pala a la caldera (nos dijeron que la aguja de un enorme manómetro no podía bajar de no sé qué número, y aquella maldita siempre estaba rondándolo). Lo curioso es que yo, que me mareaba hasta en puerto, me encontraba perfectamente dale que dale a la pala. El parte meteorológico recibido debía referirse a las Islas Canarias porque aquello se movía como un cascarón de nuez; tanto que el comandante, antes de llegar a la isla, decidió abortar la operación y ordenó regresar a Málaga.
Los intentos se repitieron en varias ocasiones: Desde Málaga a Alborán y continuábamos hasta Melilla; unos días allí y viaje a la inversa.
Durante uno de los días de espera en Melilla, fuimos a las
Islas Chafarinas a llevar provisiones y a por un marinero que había enfermado. Fue un día espléndido de sol; no entiendo como no se aprovechó para hacer el relevo
en Alborán.
El día 13 de Enero de 1964, se volvió a intentar el desembarco partiendo desde Melilla. Cuando llegamos a la isla el tiempo no era el apropiado, pero el comandante debería estar hasta la gorra de tanto paseo y ordenó el desembarco. Se botó una barcaza y allí nos metimos los diez infantes con todo su equipo, los víveres para un mes, y la tripulación del bote, al mando del cabo primero de maniobra ........... Lo que sigue es una tragicomedia divertidísima y, como lo quiero contar con detalle, lo haré por entregas. Mañana más.