Enero-2002
Aventura-4: ¡LA INVASIÓN RUSA!
La vida en la isla la hacíamos de acuerdo con las horas de luz; nos levantábamos al alba y en cuanto anochecía nos acostábamos. Para alumbrarnos utilizábamos lámparas de carburo, velas y linternas.
Ahora, cuando lo pienso, me parece mentira, un mal sueño. Es increíble la naturalidad con la que convivíamos con las carencias de todo tipo. A nadie se le ocurrió, o no pudo, llevarse una caña de pescar, o al menos unos anzuelos y unos metros de hilo; ni una cámara de fotos; ni siquiera un calendario.
La mayor parte de los días nos dedicábamos a ayudar en los trabajos que se estaban realizando en el faro. Me especialicé en subir arena y piedras con una carretilla desde las playas (me gustaría saber cuantos viajes hice y las toneladas transportadas). También participé en bordear con piedras, que después encalamos, la zona de alrededor del faro, el borde de los acantilados más cercanos, el camino hasta el cementerio, con la desviación a la panadería, y la bajada a las playas.
Por cierto, un día que había bajado a la playa a por material, me eché en la arena boca arriba, a descansar un rato, debajo de una gran visera formada en el acantilado. Justo encima de mí había una gran piedra redonda cuya mitad estaba al descubierto y la otra mitad incrustada en la tierra (como una almendra al romper el turrón). Pensé: esta piedra algún día se tiene que caer, igual que estas otras que están en el suelo y que
antes estarían en esos huecos vacíos de ahí arriba. ¿Y si se cayera ahora mismo? ¡Que tontería, ahora se va a caer después del tiempo que llevará ahí colgada!. Pero por si acaso me levanté y me quité de en medio.
A la mañana siguiente, cuando volví a por arena, ¡joder! ¡la piedra estaba en el suelo!. Me inundó un sudor frío que no veas. Nunca más me puse debajo de ninguna visera del acantilado.
Los albañiles también tenían el encargo de iniciar la construcción de un espigón
o rompeolas en la playa de levante que evitara jugarse la vida en cada relevo
(seguro que el desastre de nuestro desembarco no fue el único). Tiramos al agua montañas de piedras y sacos de cemento especial que fraguaban al contacto con el agua.
Los albañiles apuntaban diariamente las horas trabajadas por cada uno. Al final nos liquidaron, para aquellos tiempos, un capitalazo. Una buena cantidad la 'invertimos' en una gran juerga al llegar a Málaga. Recuerdo que con aquel dinero también compré mi primer reloj y otro para regalar a mi madre, cuya entrega recuerdo emocionado.
El transito marítimo era bastante denso y parecían tomar la isla como punto de referencia, ya que con frecuencia se podía observar como variaban el rumbo.
A veces algunos se acercaban bastante al islote. Un día de bonanza un gran barco de pasaje pasó tan cerca que se podían ver perfectamente a las personas. Nosotros nos juntamos en la punta de poniente y comenzamos a bordear el acantilado dando saltos pidiendo socorro como si fuéramos náufragos. La borda se llenó rápidamente de pasajeros cámara en ristre y nosotros acabamos en la punta del cementerio, en pelotas y muertos de risa.
Pero como decía en el anterior capítulo, una de las cuestiones que más nos preocupó a todos fue la sensación de sentirnos aislados, abandonados, vulnerables, ... , lo que se tradujo en una permanente ansiedad y acojono que nos hacía estar en estado de alerta permanente. En definitiva,
teníamos MIEDO.
La propia isla y su situación eran suficientes para producir estas sensaciones: Sus pequeñas dimensiones; el horizonte exclusivamente de mar (solo en un par de ocasiones divisamos muy
tenuemente, lo que según el farero eran, por un lado, el cabo Tres Forcas y, por el otro lado, Sierra Nevada); el persistente mal tiempo reinante (fuertes vientos y grandes olas que, en ocasiones, llegaron a mojar el faro y hacían vibrar profundamente toda la isla); noches de total oscuridad (cualquier reflejo del mar eran los comandos rusos que nos atacaban); el Cementerio de la Vieja (otra machada del sargento: ¿A que nadie tiene cojones para ir solo esta noche y traer como prueba la cruz de una tumba?. Por supuesto, nadie los tuvo, a pesar del premio que prometía); el escandaloso graznar de las gaviotas (las focas monje, aún supervivientes en las Islas Chafarinas, ya habían desaparecido de Alborán hacía años); ...
¿Y si le ocurre a alguien un accidente o enferma de urgencia?..... "¡Pues se muere, y ya está!", respondió a la pregunta el bruto del sargento.
Pero por si todo esto no era suficiente, nuestro querido sargento echaba más leña al fuego con las historias para no dormir que nos contaba. Nunca mejor dicho, porque yo creo que lo que perseguía era que no nos durmiéramos y estuviéramos en alerta permanente, haciendo turnos de guardia de día y de imaginaria por las noches.
Su historia favorita era la de la invasión de la isla por los rusos: "Fijaos lo fácil que es para ellos acercarse a la isla por la noche con un submarino, del que salen unos comandos anfibios que silenciosamente acceden a la isla, suben al faro y nos degüellan a todos sin compasión".
Parecerá una tontería, pero para más de uno fue suficiente para hacer las imaginarias despiertos.
Pero lo realmente sorprendente es que .... ¡esto casi ocurrió!
Era una mañana muy temprano. Nos estábamos levantando cuando de pronto entró despavorido el panadero corriendo y gritando: ¡Mi sargento, un submarino, un submarino!. El sargento bajó como un rayo y todos le seguimos saliendo afuera.
Un enorme submarino estaba emergiendo muy muy cerca, a la derecha de la puerta del faro.
[Sargento]
¡Me cago en la leche!. Rápido, traer la bandera. Todos a formar con el arma cargada.
¡Vaya pedazo de submarino!. Seguro que es ruso.
[Cabo]
También puede ser español ¿no?
[Sargento]
No digas tonterías. España no tiene submarinos.
[Cabo]
¡Cómo que no! Yo los he visto en Cartagena, mi sargento.
[Sargento]
Que tontería. No tienes ni idea. ¿No sabes que esos submarinos están de exposición y que no funciona ni uno?.
[Cabo]
Pues yo conozco a marineros que están destinados en esos submarinos y dicen que hacen prácticas.
[Sargento]
¡Vaa!, serán simulaciones.
Mientras Tanto el submarino había emergido totalmente y se desplazaba muy lentamente
frente a nosotros.
[Sargento]
Cabo, iza la bandera. Atentos: ¡Presenten Armas!.
Allí estábamos los diez infantes, izando la bandera, firmes y saludando, como en una película surrealista.
Cuando el submarino se estaba situando a nuestra altura, aparecieron en el puente tres o cuatro tripulantes, se abrieron las escotillas y salieron una veintena de marineros que formaron en cubierta. Se oyeron algunas ordenes de silbato y a continuación comenzaron a sonar intermitentemente las sirenas, al tiempo que todos nos saludaban militarmente e izaban en el mástil del puente la bandera de ...... ¡España!.
[Sargento]
¡Hostia! La bandera de España. Un submarino español.
[Cabo]
¿Qué le decía yo, mi sargento?. España tiene submarinos. Y bien cojonudos, como éste.
Lenta y majestuosamente, el submarino pasó ante nuestros asombrados ojos, saludándonos mutuamente. A continuación, la cubierta quedó de nuevo despejada y lentamente desapareció bajo las aguas.
Nos quedamos petrificados. Todos estábamos emocionados y continuamos presentando armas aún después de haberse sumergido el submarino.
Pues la cosa no acabó ahí. La imaginación y la tozudez del sargento no tenía límites:
[Sargento]
Pues yo tengo mis dudas, no creáis; que los rusos son muy listos. ¿Quién nos dice a nosotros que no eran rusos que nos han engañado izando la bandera de España, con el fin de inspeccionar y fotografiar la isla para preparar mejor la invasión?.
[Cabo, con sonrisa contenida y tono sarcástico]
Lo mismo estaba yo pensando, mi sargento. Hay que reconocer que este islote tiene un valor estratégico de primer orden para los rusos. Seguro que quieren montar aquí la Cuba del Mediterráneo. ¡Joder mi sargento! Qué películas se monta.
[Sargento]
Vale, vale. Descansen. Rompan filas.
Todos festejamos la salida del cabo y pasamos todo el día de cachondeo recordando el episodio.
Yo pensaba que si llega a ser un submarino ruso, lo que hubiera sido perfectamente posible, el sargento nos hubiera hecho la vida imposible. Todos zurrados. Ahora sabemos que los rusos no son verdes ni tienen rabo, pero entonces .......
Posteriormente, en una de sus escasas visitas, al sargento se le ocurrió decir que otra forma de ocupar la isla sería mediante un ataque desde el aire: Un par de bombas bien tiradas y después la invasión con algunos comandos desde helicópteros, rusos por supuesto, sería muy fácil.
¡Vale mi sargento!. Todos nos reímos y nadie dio crédito a la nueva parida (o eso creo).
Unos días después, ocurrió un episodio que nos heló la sangre a todos y que parecía el inicio de esta nueva
amenaza para destruirnos.
Pero esto será tema para el próximo capítulo.